La incertidumbre en torno a la pandemia del coronavirus está y seguirá presente durante bastante tiempo. Sin embargo, tras más de un año de evolución, es posible realizar un diagnóstico acerca de sus efectos sobre la brecha económica entre las economías del mundo.
Es cierto que las economías más avanzadas fueron también las que sufrieron un mayor impacto económico durante el comienzo de la pandemia. No obstante, el medio y largo plazo parece deparar peores consecuencias para las economías emergentes.
Recuperación más lenta en países emergentes
Los recursos de estos países para combatir la pandemia son más limitados, por lo que la superación de la misma podría demorarse durante más tiempo.
Sin duda, el acceso a las vacunas jugará un papel clave en esta brecha económica y en la evolución de la actividad social y económica previas a la pandemia. En ese sentido, los países desarrollados tienen más capacidad para acelerar su recuperación.
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Incertidumbre en torno a la inflación y los tipos de interés
La escasez de suministros y el encarecimiento del transporte internacional de mercancías ya han comenzado a generar un impacto sobre la inflación. Una escalada de precios podría empobrecer a la población vulnerable, ya golpeada por la pandemia.
Por otro lado, las políticas monetarias también van a jugar un importante papel en la brecha económica y su evolución. La subida de los tipos de interés no solo encarecería el acceso generalizado a la financiación. También agravaría la situación de la deuda pública de los países emergentes, la cual continúa creciendo, año tras año.
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Ralentización de la globalización
La pandemia ha puesto de relieve la vulnerabilidad de la cadena mundial de suministro. Los países desarrollados han percibido, de primera mano, las consecuencias de su dependencia frente a productores y suministradores en China, así como un gran número de países emergentes.
Esto ha abierto un debate en torno a la necesidad de incrementar la resiliencia logística y recuperar parte de la producción deslocalizada.
Aunque los escenarios de autarquía son poco probables, no es descartable que la globalización económica se ralentice. Esto privará a las economías emergentes de parte de su cuota de mercado, así como de las fuentes de inversión extranjeras ligadas a la expansión económica mundial.
No hay que olvidar que la crisis precedente de 2008 generó una política proteccionista en Estados Unidos que aún hoy no ha sido completamente revertida.
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La digitalización devaluará la mano de obra no cualificada
El confinamiento y las restricciones a la actividad económica también han puesto de manifiesto la necesidad de desarrollar el ecosistema digital. Al menos, el 20% de los Fondos Next Generation, aprobados por la Unión Europea, van a destinarse a la transformación digital de los países miembros. De hecho, la digitalización es un eje transversal en todos los ámbitos de actuación de este programa de ayudas.
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Ahora bien, este proceso también va a suponer la devaluación de la mano de obra menos cualificada. Los países desarrollados van a invertir en la educación de su población activa. Sin embargo, los emergentes, cuya ventaja competitiva se basa en la mano de obra barata, podrían tener dificultades para afrontar este cambio.
La descarbonización transformará la industria mundial
Por último, no podemos olvidar la transición ecológica pactada en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021. Este proceso de descarbonización lleva fraguándose durante años, con hitos como el Acuerdo de París o el Pacto Verde Europeo.
El principal objetivo es alcanzar la neutralidad en las emisiones de carbono para el año 2050. Las economías avanzadas van a llevar a cabo importantes inversiones para transformar su industria y adaptarla a un modelo electrificado. Ahora bien, esto también va a suponer un mayor control sobre la huella de carbono de los productos del mercado.
Por lo tanto, es previsible que se establezcan nuevos estándares para el comercio internacional. El modelo tradicional de producción y exportación, para los países emergentes, podría verse sometido a una gran presión para cumplir con los nuevos estándares ecológicos.
Cabe preguntarse si tendrán la capacidad para hacerlo o perderán cuota de mercado frente a los fabricantes de los países desarrollados.