Según la agencia de calificación crediticia Fitch, el sector del transporte marítimo de contenedores podría tener que hacer frente a una caída del 4% en la demanda para 2023. Durante el presente ejercicio, es probable que persistan muchos de los factores que propiciaron el aumento de los precios del transporte.
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No en vano, la congestión de los puertos es aún un problema. Esta vez agravado por huelgas y movilizaciones, tanto por parte de los operarios portuarios como en el sector del transporte, afectado por el encarecimiento del combustible.
A pesar de ello, hay un conjunto de factores que están contribuyendo a la contracción de la demanda. Aunque la actual congestión portuaria está condicionando la oferta, antes o después, dichos factores terminarán reflejándose en una mayor disponibilidad de contenedores.
Aumento de la flota de buques
Conviene recordar que una de las principales causas que dio lugar al incremento del precio del flete marítimo fue la reducción de la flota internacional. Esto como consecuencia de la caída de las operaciones de comercio internacional durante la pandemia del coronavirus.
Una vez estabilizada la situación, y tras un considerable repunte de la demanda, las navieras han comenzado a restaurar su capacidad de transporte, aumentando el número de buques disponibles.
La inflación y el temor a la recesión reduce la demanda del transporte marítimo
Por otro lado, los consumidores se han mostrado mucho más cautelosos durante la primera mitad del presente ejercicio. Aunque el cierre de 2021 puso de manifiesto una clara recuperación de la confianza de los consumidores, los acontecimientos de los últimos meses han dibujado un escenario diferente.
Tan solo a nivel online, y a pesar de los cuellos de botella en la cadena de suministro internacional, las ventas mundiales sumaron un total de 1,14 billones (millón de millones) de dólares durante la pasada temporada navideña.
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Sin embargo, el primer semestre ha dejado constantes indicios de riesgo que no han pasado desapercibidos para los consumidores. El encarecimiento de los precios de la energía ha sido solo el ejemplo más llamativo de una tendencia inflacionista.
A esto hay que añadir la prolongación de los problemas de suministro, con el sonado caso de los microchips que tanto está afectando a la industria del automóvil. Y todo ello, en un contexto bélico que enfrenta a Ucrania y Rusia y plantea un escenario geopolítico de máxima incertidumbre.
La galopante inflación de los últimos meses ha propiciado un incremento récord de los tipos de interés del dinero, así como medidas extraordinarias de intervención de los mercados eléctricos por parte de la Comisión Europea. A comienzos de año ya nos hicimos eco del informe “Frying pan to fire: Will inflation spark a wage-price spiral in 2022?”, publicado por Euler Hermes, que advertía de los riesgos de la inflación.
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Por tanto, no es de extrañar que la demanda por parte de los consumidores esté en retroceso. Claro ejemplo de ello fue el primer informe trimestral de Amazon, que adelantaba que había perdido 3.800 millones de dólares.
La debilidad de un mercado insolvente afecta al transporte marítimo
Finalmente, las consecuencias de la paralización económica acontecida durante la pandemia están comenzando a manifestarse en el balance de muchas empresas. Las medidas públicas de apoyo han comenzado a retirarse, lo que ha significado un incremento de las insolvencias durante el presente ejercicio.
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Las empresas se encuentran en una situación de fragilidad. Por un lado, tenemos aquellas cuya capacidad de pago está en entredicho y podrían tener dificultades para continuar con su actividad en caso de no poder comprar suministros y financiarse adecuadamente. Por otro lado, están los proveedores: obligados a reducir sus límites de crédito y, probablemente, reducir los volúmenes de venta si no quieren poner en peligro su cuenta de resultados.
Dadas las circunstancias, es entendible que las empresas estén mostrándose más conservadoras en su política de abastecimiento.