Líbano
El sistema político del Líbano está dominado por la necesidad de preservar el frágil equilibrio entre sus principales grupos religiosos. Por convención, los tres puestos políticos clave se asignan de manera que el presidente sea un cristiano maronita, el primer ministro un musulmán suní y el presidente de la Asamblea Nacional un musulmán chiíta. Sin embargo, este sistema de intercambio de poder fomenta el patrocinio y limita la eficacia de la formulación de políticas. Las auténticas hostilidades sectarias acechan y amenazan con aflorar.
La confianza nacional y de los inversores mejoró brevemente a principios de 2019, cuando el país anunció por fin la formación de un nuevo gobierno después de nueve meses de intensas disputas entre facciones políticas rivales tras las elecciones parlamentarias de mayo de 2018, las primeras que se celebran desde 2009. Pero el respiro resultó ser efímero. El nuevo gabinete integra la mayoría de las facciones políticas libanesas, incluidos tres puestos para Hezbolá, un grupo chiíta respaldado por Irán y que es objeto de sanciones estadounidenses. Es probable que la formulación de políticas siga siendo ineficaz, poniendo en riesgo la ayuda de la comunidad internacional y los préstamos por valor de hasta 11.000.000.000 USD prometidos al Líbano en 2018 si el país implementa reformas vitales para eludir una crisis económica. Las reformas más necesarias incluyen el recorte del gasto público, la modernización del sector eléctrico y la lucha contra la corrupción (el nivel de percepción de la corrupción es uno de los más elevados del mundo, según una encuesta del Banco Mundial).
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